viernes, 24 de octubre de 2008

LA TIRANÍA DEMOCRÁTICA YANQUI




Una sobrecogedora profecía

de Alexis de Tocqueville





Pienso que la especie de opresión por la que los pueblos democráticos están amenazados no se parecerá en nada a la que ha precedido en el mundo; nuestros contemporáneos no podrían hallar la imagen en sus recuerdos. Busco yo mismo en vano una expresión que reproduzca exactamente la idea que me formo y la contiene; las antiguas palabras despotismo y tiranía no convienen para nada. La cosa es nueva, es preciso tratar de definirla, pues, ya que no puedo nombrarla.

Quiero imaginar bajo cuales rasgos nuevos el despotismo podría producirse en el mundo: veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre sí mismos para procurarse pequeños placeres vulgares con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, puesto aparte, es como extranjero al destino de todos los otros: sus hijos y sus amigos personales fueron para él toda la especie humana; en cuanto al resto de sus conciudadanos, está a su lado pero no los ve; los toca y no los siente; no existe más que en sí y para sí, y si aún le queda una familia, puede decirse que no tiene más patria.

Por sobre estos se alza un poder inmenso y tutelar, que se encarga sólo de asegurar su recreo y velar de sus suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y agradable. Se parecería al poder paterno si, como él tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero no busca, al contrario, más que fijarlos irrevocablemente en la infancia; quiere que los ciudadanos disfruten, a condición de que no sueñen más que en regocijarse; trabaja con gusto para su felicidad, pero quiere ser el único actor y el único árbitro; provee a su seguridad, prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales asuntos, dirige su industria, regula sus secesiones, divide sus herencias; ¿no puede quitarles totalmente el esfuerzo de pensar y la pena de vivir?.

Es así que cada día vuelve menos útil y más raro el empleo del libre arbitrio; que encierra la acción de la voluntad en un espacio más pequeño y sustrae poco a poco a cada ciudadano hasta el servirse de sí mismo. La igualdad ha preparado a los hombres a todas estas cosas: los ha dispuesto a soportarlas y a menudo considerarlas como un beneficio.

Tras haberse apropiado poco a poco con sus poderosas manos de cada individuo y haberlos moldeado a su gusto, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera; cubre la superficie con una malla de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes a través de las cuales los espíritus más originales y las almas más vigorosas no podrían asomar para superar la multitud; no quiebra las voluntades, pero las ablanda, las pliega y las dirige; raramente los fuerza a actuar, más bien se opone a que se haga; no destruye, pero impide nacer; no tiraniza, estorba, comprime, enerva, extingue, atonta, reduce -en fin- cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo gobierno es el pastor.

Siempre he creído que esta clase de servidumbre, regulada, dulce y tranquila, de la que acabo de hacer la pintura, podría combinarse mejor de lo que se imagina con algunas de las formas exteriores de la libertad, y que no sería imposible de establecerse a la sombra misma de la soberanía del pueblo.

Alexis de Tocqueville, De la Démocratie en Amérique (1840). Ed. Garnier, tomo I, 4a parte, cap. IV, pág. 385-386


(Publicado en La Hostería Volante Nº 51 de abril de 2003)



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